Ya viene el invierno y con ello, obvio, frío pero lo que más puede pegar es la reducción de luz solar durante el día. A muchos, sino es que a todos, nos influye de alguna manera en nuestro temperamento.
Mucho de el cómo nos sentimos se lo debemos al cerebro y su complicidad funcional determinan no sólo éste, sino "n" cantidad de funciones como la motriz y la químico-neurológica, entre otras; pero así también nuestro entorno -coyuntura- define mucho de nuestro disposición a percibir negativa o positivamente la temporada -un poco la visión escolástica-. Aunque esta explicación la podemos aplicar para el resto de las situaciones sin importar la estación de año.
Según la revista Nature, parafraseándola con el resumen de la cirujana Cristina Aguayo-Mazzucato, es difícil ser optimista cuando uno se siente mal y su visión del mundo simplemente es la que es. Un estudio reciente de la Universidad de Nueva York revela que no se trata de una cuestión de actitud; el optimismo está determinado por áreas cerebrales específicas cuya regulación va mucho más allá del deseo de ver la vida color de rosa.
El cerebro de un optimista es diferente al de un pesimista o alguien deprimido. Sin embargo, hay que considerar la premisa de que que los seres humanos, como especie, somos optimistas. La gente tiende a pensar que vivirá más tiempo, será más sana y tendrá más éxito de lo que las estadísticas indican. Asimismo, es muy difícil que alguien se imagine que le suceden cosas malas, ya que por lo general la gente convierte eventos neutrales, como cortarse el pelo, en eventos positivos, como verse muy bien después del corte de pelo. Esta es una característica de todo el mundo, con excepción de personas con alguna alteración, como la depresión.
Ante la inherente resistencia humana a imaginar desgracias, los investigadores recurrieron a pruebas psicológicas para evaluar los distintos grados de optimismo entre los voluntarios. Luego vino una resonancia magnética funcional mientras pensaban cosas positivas o negativas para observar la forma de funcionar del cerebro en ese momento. Los resultados sorprendieron a los investigadores.
Ante la inherente resistencia humana a imaginar desgracias, los investigadores recurrieron a pruebas psicológicas para evaluar los distintos grados de optimismo entre los voluntarios. Luego vino una resonancia magnética funcional mientras pensaban cosas positivas o negativas para observar la forma de funcionar del cerebro en ese momento. Los resultados sorprendieron a los investigadores.
El cerebro de las personas optimistas funciona de manera diferente al de aquellas cuya visión del mundo es más gris. Son dos las áreas involucradas: la corteza cingular anterior, donde se llevan a cabo las decisiones, y la amígdala, una zona clásicamente reconocida por ser la mediadora de emociones. Cuanto mayor era el grado de optimismo, mayor la actividad en ambas zonas.
Al mismo tiempo estudiaron a personas deprimidas quienes, por su enfermedad, son incapaces de tener pensamientos positivos sobre su entorno o su futuro. En ellos, la actividad de estas áreas era muy baja, apoyando la noción de que, efectivamente, se trata de zonas que son importantes al darle color a la vida.
Estas zonas, sin embargo, están influenciadas por varios factores que finalmente repercuten en la manera en la que se ve el mundo. Un artículo publicado recientemente en la revista Current Biology demostró cómo la privación de sueño causa un incremento muy importante en la actividad de la amígdala. De hecho, una de las formas en las que mejoran los síntomas de la depresión es durmiendo menos, ya que aumenta la actividad en la amígdala, lo que hace que la persona sea más optimista y por lo tanto mejore su visión del mundo.
Sin embargo, una privación excesiva de sueño puede tener efectos no deseados, como demuestra el mismo artículo. Voluntarios a los que se les impidió dormir durante 35 horas demostraron tener una mayor actividad en la amígdala, que se correlacionaba con una mayor sensibilidad ante estímulos tristes y de enojo. Esto hacía que los voluntarios reaccionaran con mucha mayor intensidad ante situaciones adversas siendo incapaces de controlar racionalmente sus impulsos.
Pero, ¿qué dice la ciencia sobre el optimismo? ¿Realmente existe alguna ventaja en tratar de ver las cosas buenas de la vida? Aparentemente sí. Un estudio publicado en la revista Cognition and Emotion en 2006 investigó qué tan efectiva es la noción de “es mejor esperar lo peor”, así, en caso de que las cosas no salgan bien la persona ya está preparada para manejar el fracaso. Sin embargo, esta actitud derrotista probó ser inefectiva. Aquellas personas que siempre esperaban malos resultados se sentían mucho peor cuando fracasaban que aquellas que esperaban buenos resultados. Esto demuestra que los pesimistas sufren antes del evento, durante el mismo y después. ¿Qué ventaja hay entonces en esta actitud?.
En algunos casos existe el “pesimismo defensivo”, en el que la persona al esperar lo peor hace algo para compensarlo. Por ejemplo, si espera malos resultados en un examen, estudia más tratando de evitar sus fatídicas profecías.
El optimismo también influye en el efecto placebo. Esperar una recompensa ayuda a que la recompensa llegue o, por lo menos, a que el cerebro perciba que llegó. Este trabajo, publicado este año en la revista Neuron, demuestra que aquellas personas que esperan con mayor intensidad algo bueno son más susceptibles al efecto placebo, esto es, a creer que existe un efecto positivo de una intervención que en realidad no hace nada. Aunque el efecto placebo puede ser la pesadilla de varios científicos y médicos haciendo estudios, para los pacientes puede resultar verdaderamente placentero creer que su dolor disminuye o su enfermedad mejora.
Así, la ciencia parece decirnos que todos, queramos o no, somos optimistas. El grado de optimismo que tenemos depende de muchos factores cuya influencia determinarán el color con el que vemos la vida. A lo mejor ya no será “el cristal con que se mira” la forma de hablar del optimismo, sino “el cerebro con que se procesa” lo que determinará, finalmente, nuestra manera de ver el mundo.
3 comentarios:
Ró:
Se te da muy bien el texto científico redactado en términos que los no doctos en la materia comprendamos a la perfección. Y para la polémica, los que a ratos somos super optimistas y ciertos descontones nos hacen cíclicamente pesimistas, ¿somos bipolares? jejeje.
Un enorme abrazo
Ahh comadre ahora si me diste en mi mero mole.
Me encantó el post. Lo voy a guardar aparte porque me parece super interesante.
Te mando muchos abracitos.
Qué? no le entramos a lo de "únete a los optimistas.."? Qué era, "el club de los optimistas"?
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